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Llamado a la sensatez liberal

Por: Manuel J. Molano  (@mjmolano)

 
14 de Noviembre del 2017

Por: Manuel J. Molano  (@mjmolano)

Antes de un foro entre liberales, se me acercó un joven muy amable que me preguntó si yo consideraba la desaparición del Estado como una posibilidad real. Le contesté que no, y no solamente eso: que esa utopía anarquista no es ni viable ni deseable.

Me pareció muy impresionante que este muchacho estaba convencido de la posibilidad de un mundo sin Estado. Es posible un mundo sin gobierno, pero tampoco es un futuro realmente deseable. Quizás por eso, algunas mentes de la izquierda piensan que el liberalismo es la ideología que causa todos los problemas de la humanidad.

El mercado es un gran invento de la humanidad que nos permite cooperar con gente que probablemente no habla nuestro idioma, y que a la mejor vive a miles de kilómetros de distancia de donde estamos nosotros.

Sin embargo, y aunque el mercado sea un gran invento, eso no implica que ese gran invento tenga que utilizarse para resolver absolutamente todos los problemas de escasez y conflictos sociales. No debe existir, por ejemplo, un mercado de esclavitud, o uno donde se compren y vendan órganos humanos. La regulación del Estado establece límites a lo que puede venderse en los mercados y lo que no.

Los Estados Unidos es el país que ha modificado más los límites de lo que puede y no puede venderse en los mercados. Por ejemplo, su prohibición al comercio de la mayoría de las drogas recreativas supone que en el mundo hay naciones-estado fuertes que son capaces de hacer valer estas prohibiciones.

La idea del salario mínimo, que Estados Unidos ha exportado a todo el mundo, es básicamente una prohibición para que la gente que quiere cobrar poco por su trabajo y las empresas que quieren pagar solamente eso, lleguen a un acuerdo. La economista Deirdre McCloskey lo explica elocuentemente, aquí y aquíIan Bremmer, hablando de China, apunta que los economistas liberales abogamos por la eficiencia del mercado de trabajo, pero que naciones como China tienen problemas más graves que la eficiencia del mercado, e intervienen el mercado de trabajo para generar estabilidad social y política.

Las posiciones políticas están a la venta en muchas democracias del planeta, y eso plantea riesgos importantes para las democracias. México prohíbe los fondos privados en las campañas, pero tenemos un Estado débil que no puede hacer valer esas prohibiciones. Estados Unidos las permite bajo un esquema de transparencia imperfecto, y eso facilita que gente como los hermanos Koch manipulen las elecciones.

Por último, los problemas de bienes públicos y externalidades no están resueltos completamente en el liberalismo clásico. Situaciones como el cambio climático, que es una expresión de la famosa tragedia de los comunes, son descartados como patrañas por muchas mentes liberales, y ello los hace parecer retrógradas y anticientíficos.

El mercado no es el antagonista del Estado, como piensan muchos liberales radicales. Ese radicalismo extremo ha llevado al liberalismo a estar marginado de la política. El candidato liberal en la reciente elección de los Estados Unidos, Gary Johnson, apenas obtuvo el 3.27% del voto popular. En México, no se me ocurre un político que enarbole las ideas del liberalismo clásico y que pudiera ser exitoso en una campaña presidencial.

Si el liberalismo quiere mantenerse vigente como doctrina política, tiene que convencer a la sociedad que los liberales no somos antagonistas del Estado. Nuestra labor en la discusión pública es abogar por diseños de política que consideren los efectos de mercado e incorporen elementos de mercado para generar eficiencia. La labor del liberalismo es lograr que la regulación no acabe asfixiando las libertades fundamentales del ser humano, o que el Estado y sus agentes abusen del poder de éste oprimiendo a la mayoría. Tenemos que comunicar a la sociedad que no existe el almuerzo gratis, y que siempre hay alguien que termina pagando las malas decisiones económicas del Estado, de las empresas y de individuos.

Los liberales tenemos que convencer al resto que estamos atrás de una política que favorezca la competencia en los mercados sin restricciones. No podemos convertirnos en los ideólogos de bolsillo de plutocracias construidas sobre poder monopólico. Tenemos que ser muy pragmáticos al atacar monopolios perdurables (como el de emisión de moneda) que puede tener efectos perversos sobre la sociedad, pero que sigue siendo mejor que muchas de las alternativas.

Los liberales tenemos que estar a favor del comercio internacional. Sin embargo, tenemos que entender las restricciones reales que el mundo establece para restringir las libertades comerciales. Si hace un cuarto de siglo el planteamiento de la administración del Presidente Salinas hubiera sido abrir la economía mexicana al resto del mundo en lugar de firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, probablemente la apertura comercial de México no se hubiera dado. Hoy que Estados Unidos está pensando salirse del TLCAN, podemos imaginarnos tratados con otros países, o incluso una posibilidad de apertura multilateral, porque ya vivimos un TLC que funcionó. Nuestro radicalismo como liberales es un obstáculo a la implementación de políticas que muevan la aguja en el sentido correcto.

Por último, los liberales tenemos que estar a favor de un Estado transparente y eficiente, que esté libre de corrupción. La falta de transparencia, la falta de competencia y la impunidad son los elementos que generan el caldo de cultivo perfecto para la corrupción.

Es muy diciente que la Fundación Templeton (atalaya liberal desde siempre) haya otorgado el Premio de la Libertad (#FreedomAward) a IMCO por la ley 3 de 3. Es un mensaje a los liberales: nuestra misión es reformar el Estado y hacer que su actuación sea transparente.

 

Manuel Molano es economista, director general adjunto de IMCO y miembro del panel de expertos de @MexicoComoVamos.

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