Por: Miriam Grunstein
Publicado en Animal Político.
El encierro suele desatar estados anímicos diversos, la melancolía entre ellos. Así, de improviso, se abre el baúl de los recuerdos y al esculcarlo hay hallazgos que han estado ahí desde nuestra infancia y que hoy parecen intactos. Del propio, salieron varias cosas que no logro acomodar en el ayer o en el presente. Por ejemplo, hay un disco de 45 revoluciones de CRI-CRI de los “Tres cochinitos”. ¿Se la saben? Y también una fotografía de los abuelos, ya muy desgastada, de un viaje a Acapulco en los años 40, de cuando los magnos autos cargaban no Magna ni Premium sino la “Mexolina” del charrito Pemex, la cual, por su bajo octanaje y alto contenido de plomo, seguramente causó males respiratorios.
¿Ven? Tal vez sea la cuarentena, pero se percibe entre el ayer y el hoy una continuidad espacio-temporal. Y extraña y locamente, al poner el vinil de 45 en el aún conservado tocadiscos vienen a la mente no las imágenes de tres tiernos cerditos en sus camas respectivas, sino gobernantes atascados de poder que les gusta jugar sucio, con energías de calidad semejante.
“Uno soñaba que era Rey y de momento quiso un pastel”. ¿A quién imaginar? Pues a todas las cabezas de estos organismos en conjunto y a cada una. En particular, es imaginable aquel que no ha sido el autor material de los Acuerdos, ni del CENACE ni de la SENER, los cuales con total desaseo pretenden frenar la generación eólica y fotovoltaica en nuestro país. En efecto, Manuel Bartlett no es quien ha arrastrado la pluma de estos Acuerdos, pero sí los ha dictado. Se ven y se sienten las cochinadas de su puño y su letra.
El presidente López Obrador ha reconocido que el Lic. en Derecho Bartlett es un gran abogado. De ser así, como dicen los juristas petulantes, “repugna a la razón” la suciedad con la que pretenden desmantelar no solo los derechos de las empresas generadoras, sino también aquellos de los mexicanos que cada vez vemos con más claridad la necesidad de una transición energética, en la que no priven exclusivamente los hidrocarburos.
Hay de cochinadas a cochinadas. El Acuerdo del CENACE (el Centro Nacional de Control de Energía) es de plano un muladar jurídico. Tan es así que amparo que se interpone contra éste, amparo que se gana. Este texto, que salió publicado sin pasar por un solo paso del debido proceso administrativo y apareció publicado en el Sistema de Información de Mercado del mismo, con un manchón pretende obviar las renovables de la canasta energética nacional. El CENACE es el operador supuestamente independiente de la red de transmisión. No es una autoridad; es una especie de empresa de propiedad estatal, encargada del despacho eléctrico y el control de la red. Más clara y simplemente, jala electrones y los guía por la red. Sin embargo, en su Acuerdo se arroga las facultades de autoridad energético-sanitaria al echarse un rollo muy desprolijo sobre por qué la pandemia del SARS-Cov2 justifica la exclusión de las únicas fuentes de generación eléctrica que no causan trastornos respiratorios por su naturaleza “intermitente”.
Del Acuerdo de la SENER sobre la Política de Confiabilidad en principio podríamos decir, como dice el mismo presidente, que es “fuchi caca”, pero creemos que el público lector merece una explicación más sesuda. Sin haber pasado por proceso de revisión administrativa alguna, y con un franco escupitajo en la faz del estado de derecho, la SENER nos madrugó con un Acuerdo en el que no se sabe qué se acuerda, salvo tal vez la expedición de lo que esta Secretaría podría entender por “política de confiabilidad”. En realidad, esta política es más bien una marranada de simulación legislativa en la que SENER impone obligaciones, no solo a sus pares de la administración pública, sino que manda al caño nuestro derecho de gozar de energías renovables en la canasta energética, por su mentada falta de confiabilidad. Estos juegos sucios obedecen a razones que Bartlett explicó cristalinamente en una mañanera. El presidente le instruyó excluir las renovables sin cambiarle ni un punto ni a una coma a la ley. Claro, cambiar la ley requeriría de todo un proceso democrático y, para que eso suceda, antes de abrirle el paso exclusivo a las energías contaminantes, primero habría que batirnos en el fango.
Por fortuna, las empresas y algunas Organizaciones No Gubernamentales combaten este batidero con armas limpias y las suspensiones en contra de estos actos ya caen como agua bendita. Si somos opositores rectos y leales, y el poder judicial se mantiene independiente, no hay de otra que quienes sueñan con el retorno del autoritarismo y los monopolios contaminantes tarde o temprano se caigan de la cama y se pongan a llorar.