Publicado en Animal Político.
La pandemia del Covid-19 ha causado una crisis laboral a nivel mundial sin precedencia. A la fecha no contamos con todos los indicadores disponibles para la década de los treinta del siglo pasado cuando se desató la Gran Depresión, pero la evidencia apunta que la afectación mundial en esta ocasión ha sido la mayor de todos los tiempos. El FMI reporta que la pandemia ha causado devastación en los mercados laborales en la gran mayoría de sus 189 países miembros, siendo que los costos más elevados han recaído en los quienes menos pueden asimilarlos: los pobres y los jóvenes con los empleos menos remunerados. Un estudio de esta institución estima que alrededor de 100 millones de trabajadores en 35 países, en adición a los que ya perdieron su empleo, están en alto riesgo ante la imposibilidad de trabajar en forma remota, un promedio de 15 por ciento de la fuerza laboral. Una gran parte de los empleos perdidos no se repondrán, ya que los mercados enfrentarán cambios estructurales derivados de los estragos post-pandemia.
En el caso de Estados Unidos, la tasa de desempleo en abril de este año registró su nivel más elevado (14.7 por ciento) en casi 90 años, mientras que las cifras de solicitudes iniciales para el seguro de desempleo de la última semana de marzo fue 10 veces el registro máximo anterior que se observó en 1982. De hecho, los niveles de este indicador en las últimas 16 semanas coinciden los 16 niveles más elevados de todos los tiempos. Las solicitudes continuas para el seguro de desempleo llegaron a registrar 24.9 millones personas en la última semana de mayo, muy por arriba del máximo histórico previo de 6.6 millones en 2009.
En México1, el gobierno habla de una pérdida de 1.1 millones de trabajadores asegurados en el IMSS entre marzo y junio de este año que, si bien ya rebasó los 700 mil perdidos en la gran recesión de 2009, no parece estar cerca de las magnitudes reportadas en Estados Unidos y en otros países que han padecido efectos mayores. Incluso, la tasa de desempleo abierto de 4.7 por ciento observado en abril, se ubica muy por debajo del pico de 7.6 por ciento observado en mayo de 2009, mientras que disminuyó a 4.2 por ciento en mayo, lo que sugiere primeros signos de recuperación. Una primera lectura de estos indicadores laborales más citados parece señalar daños acotados en materia laboral en comparación a otros países. ¿Será?
Realmente, no. Es más, una lectura cuidadosa de nuestros indicadores subrayan un panorama espeluznante. Para esto, debemos recordar las definiciones de empleo y desempleo, subempleo, informalidad laboral, fuerza laboral y de la población económicamente inactiva, establecidas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), mediante veinte Conferencias Internacionales de Estadísticos del Trabajo (CIET) desde 1923 a la fecha.2 De allí proviene la definición de desempleo abierto, que es un concepto dicotómico, es decir, de blanco o negro (nada de tonos grises), en la cual se considera a una persona desempleada mediante el cumplimiento cabal de tres condiciones: 1) no solo no tener una ocupación (remunerada o no remunerada) en la semana de la encuesta, sino no haber trabajado ni una hora en la semana; 2) estar disponible para trabajar en ese momento; y, 3) haber realizado un esfuerzo activo explícito para buscar un empleo. Cada una de estas condicionantes tiene razón de ser. La primera aclara que debe ser una situación de desempleo total o abierto, diferenciando esta situación con el subempleo. La segunda establece la dimensión temporal de inmediatez, ya que de lo contrario la definición podría ser ambigua. Finalmente, la tercera busca aclarar la diferencia con una persona que no quiere (o no puede) trabajar, que se le considera como económicamente “inactiva”, es decir, no forma parte de la fuerza laboral.
La tercera condicionante ha sido tema de mucha discusión a través del tiempo. El ejemplo típico es una persona que no tiene trabajo y después de cierto tiempo de buscar un empleo sin éxito, decide dejar de realizar algún esfuerzo activo. Esta persona pudiera decidir regresar a estudiar o incluso, permanecer en su casa sin hacer ninguna actividad, sin embargo, está deseoso de trabajar y mantiene una disponibilidad inmediata. ¿Se le debe considerar desempleado, aunque ya se desalentó? Después de mucho debate sobre el tema, los estadísticos del trabajo han optado por seguir considerarlo económicamente inactivo y por lo tanto, no parte de la fuerza laboral. De esta forma, la tasa de desempleo abierto no contempla a las personas desanimadas o desalentados en su búsqueda de trabajo. No obstante, se reconoce que es equivalente a un desempleo “disfrazado”, por lo que es usual considerar una tasa de desempleo “extendido”, que suma el desempleo abierto y el disfrazado y se expresa como porcentaje de la fuerza laboral potencial, que es la fuerza de trabajo tradicional más los inactivos desalentados disponibles para trabajar.3
Tanto en México como en Estados Unidos existen ambas tasas, aunque no es tan usual hablar de la tasa extendida. Sin embargo, es mucho más relevante para México que para nuestros vecinos del norte por varias razones, aunque una es la predominante. Tiene que ver con el seguro de desempleo en Estados Unidos. Al quedar desempleado, los estadounidenses llenan una solicitud de inmediato para recibir un apoyo cubierto por el seguro. Esta solicitud inicial se puede hacer vía telefónica o por Internet, por lo que no tiene que ser presencial (algo sumamente importante en tiempos de las políticas de #QuédateEnCasa y #SanaDistancia) y por sí sólo se considera una acción explícita de búsqueda de empleo. Por lo mismo, estas personas se clasifican como desempleadas y permanecen como parte de la fuerza laboral. En México, no existe un seguro similar. En estos tiempos de pandemia, las personas que perdieron su trabajo fueron a casa y no salieron. Ante el Gran Confinamiento, no buscaron trabajo en forma explícita, por lo que quedan clasificados como económicamente inactivos y no desempleados abiertos. Como consecuencia, estas personas no hacen que aumente la tasa de desempleo abierto, pero sí son capturados como parte de la tasa de desempleo extendido.
Con estas aclaraciones y repaso de definiciones, dejemos que los números hablen. En Estados Unidos, la tasa de desempleo abierto aumentó de 4.4 por ciento en marzo a 14.7% en abril, mientras que la tasa de desempleo extendido subió de 8.7 por ciento en marzo a 22.8 por ciento al mes siguiente. En México, la tasa de desempleo abierto en el mismo periodo incrementó de 2.9 por ciento a 4.7 por ciento, sin embargo, la tasa extendida pasó de 12.0 por ciento a 33.8 por ciento. En otras palabras, para abril de este año 1 de cada 3 mexicanos en edad de trabajar y con disponibilidad inmediata, no tenían empleo.
Casi todos hemos visto la Encuesta Telefónica de Empleo y Ocupación (ETOE) del INEGI, que reportó una pérdida de 12.5 millones de trabajos en abril. De estos, 12.0 millones se incorporaron a la población económicamente inactiva, aunque todos estaban disponibles para trabajar, lo que da pie al aumento tan espeluznante en la tasa de desempleo extendido. Sin embargo, en ese mes realmente se perdieron 18.4 millones de empleos de tiempo completo4, de los cuales 12.5 millones quedaron desempleados (bajo la modalidad de desempleo encubierto o disfrazado) y 5.9 millones fueron reclasificados como subempleados, es decir, mantuvieron su empleo pero trabajando menos horas y obviamente, con menos ingresos. En abril, la tasa de subempleo (como porcentaje de la población ocupada) subió a 25.5 por ciento de 9.1 por ciento en el mes anterior.
¿Cuántos empleos de tiempo completo necesitamos en la actualidad? Necesitamos para los desempleados abiertos, para los encubiertos y para los subempleados. En el primer trimestre, estos números era 2.0, 5.8 y 4.7 millones, respectivamente, para sumar 12.4 millones, lo cual representaba 19.7 por ciento de la fuerza laboral potencial5. El promedio de abril-mayo (todavía no tenemos los datos de junio) de estos tres grupos fue 2.0, 19.7 y 12.0 millones para sumar 33.7 millones de personas, que como porcentaje de la fuerza laboral potencial equivale a 51.7 por ciento.
Por último, falta conciliar los datos de informalidad laboral con empleos formales y los datos del IMSS, que son un subconjunto del empleo formal total del país. El INEGI reportó que la tasa de informalidad laboral de marzo de 55.7 por ciento, pasó a 47.7 por ciento en mayo. Si había 55.8 millones ocupados en marzo y 43.3 por ciento en abril, lo único que tenemos que hacer es aplicar los porcentajes de la tasa de informalidad laboral a estos números para saber cuántos millones de personas en marzo y abril tenían trabajos formales e informales. Estas operaciones simples arrojan que teníamos 31.0 y 20.7 millones de trabajos informales en marzo y abril, respectivamente. En otras palabras, el abril se perdieron 10.4 millones de ocupaciones informales. Por diferencia, significa que había 24.7 y 22.6 millones de trabajos formales, respectivamente, en esos dos meses y que por tanto, se perdieron 2.1 millones de empleos formales. Sin embargo, el IMSS nos dice que se perdieron 0.6 millones de asegurados en abril. La diferencia, 1.5 millones, son empleos formales que se perdieron en el mes que no estaban cubiertos por el IMSS. Estos trabajos, fundamentalmente, son de profesionistas independientes, trabajadores del Estado y otros empleos que se consideran formales, aunque sin cobertura del IMSS, ya que tenían todas las prestaciones de ley.
Queda claro que México no es la excepción en cuanto a la gran devastación que la pandemia ha causado en los mercados laborales en la gran mayoría de sus 189 países miembros del FMI. Tampoco somos diferentes, al observar que los costos más elevados han recaído en los quienes menos pueden asimilarlos: los pobres y los jóvenes con los empleos menos remunerados.