Publicado en Animal Político.
Los funcionarios son personas: lloran, ríen, se casan, cuando los pinchan sangran, tienen familias y establecen vínculos profundos con las comunidades en las que residen; incluso en la inhóspita Ciudad de México. ¿Saben qué? También son pueblo y, me atrevería a decir, que son ciudadanos igualmente. Por eso me parece sorprendente que en la república amorosa se lancen propuestas al viento, poco meditadas, de difícil ejecución y de costes gigantescos. Sobre todo cuando tienen consecuencias importantes sobre la vida de los funcionarios y sus familias, además de afectar sus derechos laborales y humanos. Me refiero, como pueden imaginarse, a la propuesta de descentralización del gobierno federal.
Es natural que miremos a los funcionarios con suspicacia, ya que en ellos depositamos nuestra confianza en que desempeñen sus labores con honradez y eficacia. Además, nos salen carísimos ya que según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) de 2018 son 529,190 y reportan un ingreso promedio de 11,565 pesos por mes. A “grosso modo” les pagamos unos 38,784 millones de pesos al año y 232,704 millones de pesos al sexenio[1]. Sí, cuestan mucho y la imagen del burócrata no genera mucha simpatía. Supongo que por eso no hemos parado a pensar en las consecuencias humanas de esta política, quizás por estar distraídos en la reivindicación de los derechos laborales y humanos de los maestros, que parecen ser más pueblo que los funcionarios federales. En esta breve nota quiero hacerles justicia.
Lo he dicho en otras ocasiones: creo que las políticas que propone el gobierno entrante son bienintencionadas pero muy mal pensadas y muy poco meditadas. En su cabeza piensan que la descentralización del gobierno federal puede ser una estrategia de desarrollo económico regional efectiva, igual piensan de la autosuficiencia alimentaria, de las políticas orientadas a corregir déficits comerciales o de la construcción de refinerías. Todas, por cierto, con un regusto a las teorías de desarrollo vigentes en los años 70 del siglo pasado.
En el caso concreto de la política de descentralización, buscan generar polos de desarrollo que jalen otras industrias y que impulsen la convergencia económica de las diferentes regiones de México. En mi opinión, una política así está abocada al fracaso porque sus costes exceden en gran medida a sus potenciales beneficios y el desarrollo económico no se produce por decreto, aún menos por la dispersión del sector público. El desarrollo económico se produce cuando el gobierno decide esclarecer y defender los derechos de propiedad privada, cuando fortalece las instituciones democráticas en aras de los ciudadanos, del pueblo y no de grupos de interés.
Mover a tantos trabajadores, crear la infraestructura necesaria e integrarlos en las comunidades de acogida es muy costoso y llevará mucho tiempo; piensen en la experiencia del fallido traslado del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el cual resultó únicamente en una mitosis institucional. No obstante, entre los costes más onerosos es el coste humano. Insisto, los funcionarios son personas. En muchos aspectos igualitos a otros ciudadanos, igualitos al pueblo. El 50.29% están casados, frente al 48.82% de los no funcionarios y un 12.23% vive en unión libre. Aunque el tamaño de la familia de un empleado federal es algo menor que el promedio, un 23.28% tiene dos hijos y un 17.5% tiene tres. Sólo un 18% de los empleados federales están casados con otros empleados federales, por lo que esta medida también afecta a un montón de personas empleadas en el sector privado y al resto de los integrantes del hogar.
Un cálculo aproximado empleando el primer trimestre de la ENOE indica que la descentralización más extrema involucraría a 1,500,000 personas. Algunas parejas se romperían, otras tendrían que vivir en la distancia, otras renunciar a sus empleos. Las hijas y los hijos de estas familias tendrían que asumir parte del sacrificio interrumpiendo sus estudios, renunciando a amistades, a noviazgos y a las facilidades de ocio que ofrece una gran ciudad. Quizás a ustedes les parezcan cosas sin importancia, pero son componentes fundamentales en la felicidad humana que es lo que cualquier gobierno debería perseguir. Resulta paradójico que en una república del amor se lancen propuestas tan frívolas y poco meditadas, que priorizan los fines a los medios, que afectan a tantas familias, que van a salir tan caras y que están destinadas al fracaso.
* Jorge Alonso cursó la Licenciatura en Economía por la Universidad Autónoma de Madrid, la Maestría en Economía y finanzas en el Centro de Estudios Monetarios y Financieros, la Maestría y el Doctorado en Economía en la Universidad del Estado de Arizona. Desde 2010 es profesor de tiempo completo e investigador en el ITAM. Forma parte del grupo de expertos de @MexicoComoVamos.
[1] Estas son cifras de la ENOE, no cifras oficiales del Presupuesto de la Federación.