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Boteando por un sueño

Por: Bárbara Carrillo (@BarbCarrillo27)

 
11 de Junio del 2019

Publicado en Animal Político.

Era un niño de primaria cuando ya entrenaba diario. Debía adelantar lo más posible en la escuela porque pasaría toda la tarde en el entrenamiento, era muy difícil hacer tarea estando cansado. Debía ser de los primeros en salir del colegio para ganar lugar en el primer camión público. Su mamá ya lo estaría esperando con la comida lista para que pudiera comer en el camino al entrenamiento. Otra vez sándwich de atún, a veces le gustaría comer algo diferente, pero sabía que era importante comer proteínas, comer sano es caro. Mientras comía en el camión su mamá le preguntaba las capitales, así iba aprovechando para estudiar.

Antes del entrenamiento se divertiría con sus compañeros de equipo, casi siempre en el baño mientras se cambiaban de ropa. Eran sus amigos, con ellos pasaba todas las tardes, ellos comprendían lo que era la vida de un niño atleta que no iba a fiestas de cumpleaños ni pasaba las tardes pegado a una pantalla. Eso sí, en la competencia eran sus rivales.

Al terminar el entrenamiento su mamá lo apuraba, era un largo camino a casa. Apenas se subía al camión su mamá le daba el toper con su cena. Si cenaba rápido, podría dormir un rato.

Cuando inició la secundaria ya era un atleta maduro y responsable que podía transportarse solo a los entrenamientos. La escuela había pasado a segundo término, lo único que le importaba era entrenar para ganar, ser más fuerte, controlar cada centímetro de su cuerpo. Debía controlar su temperamento, su cansancio, su necesidad de ir al baño. Muchos años antes había aprendido a controlar el llanto cuando el entrenador lo regañaba, ahora debía controlar su enojo, su frustración. Sabía que si quería llegar a las olimpiadas debía tener al mejor entrenador, y los mejores entrenadores son estrictos.

Más de diez años de sacrificios valieron la pena: es seleccionado olímpico. La mayoría de sus amigos no lo habían logrado. Algunos no tenían el talento o la mente que se necesita para ganar, otros no pudieron con la presión o quedaron fuera por lesión, hubo quien abandonó el equipo porque su familia ya no pudo pagar los entrenamientos, los tenis, la reposición del equipo.

Sólo los mejores alcanzaron el nivel para competir contra atletas de otros países. Atletas que muy probablemente gozaron de privilegios, de mejores instalaciones, entrenadores, psicólogos, nutriólogos, médicos. Pero no importa la desventaja, cuando se tiene corazón se puede competir. El gobierno le da $5,000 al mes, honestamente no alcanza ni para pagar la alimentación que requiere un atleta, ya no digamos medicamentos, vendas o algo de ayuda para la familia. Algo es algo, hay que perseguir el sueño.

Seis meses para los Juegos Panamericanos. Otro mes sin recibir los $5,000, la familia pide otro préstamo. Apenas le den el dinero pagará deudas. Ha escrito un sinnúmero de mails pidiendo su dinero, no tiene respuesta. La familia comienza a botear en las calles. Le avisan que pronto le darán el dinero de los meses que le deben, pero que no serán $5,000, serán sólo $2,000. Se enoja, se frustra. Han sido años de sacrificios, no solo suyos sino de toda la familia; abandonó los estudios, la familia está endeudada, no puede renunciar. Como muchos otros atletas olímpicos y paralímpicos es víctima de un gobierno austero al que sólo le interesa el beisbol y de una CONADE que no luchará por atletas como él. A unos meses de la competencia dejará de entrenar, estará en la calle con un bote pidiendo monedas.

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