Publicado en Animal Político.
Nos enfrentamos a la mayor recesión de la historia moderna desde “La Gran Depresión” (1929) donde, según datos de “Madison Project Database”, el Producto Interno Bruto (PIB) mundial se desplomó en 20 puntos porcentuales, una pérdida súbita similar a la que algunas instituciones y analistas anticipan que ocasionará el COVID-19. Ante esta emergencia económica la mayoría de los países buscan formas de amortiguar la recesión mediante el uso de políticas fiscales expansivas.
El “Harvard Coronavirus Economic Tracker” nos permite medir cuánto cabe esperar que aumente la deuda pública de los países tras ejecutar sus políticas contra cíclicas. Según estos datos hay países como Estados Unidos que han comprometido el 12% de su PIB en diferentes programas y se espera que su deuda pública alcance el 120% del PIB, casi tres veces mayor que la deuda pública respecto del PIB en México. Según estos mismos datos, solo México, Omán y Sudáfrica no van a aumentar el gasto público en absoluto, mientras que el resto de los 41 países de la muestra que contempla Harvard van a gastar en promedio un 3.74% del PIB.
Esto debería preocupar a los ciudadanos mexicanos porque, a pesar de lo que nos dicen en todas las “mañaneras”, el endeudamiento ni es neoliberal, ni es malo. Tampoco es progresista y menos aún bueno. El endeudamiento es simplemente un medio que sirve para un fin. Si el fin es mejorar la salud pública, construir escuelas o carreteras o combatir el crimen organizado, bien puede merecer la pena endeudarse. Si ese dinero es usado para ayudar a los ciudadanos, trabajadores y empresarios en un momento de crisis también puede ser bueno y evitar que esta crisis sea tan profunda o prolongada como lo fue la de 1929.
De hecho, la evidencia apunta a que el gasto público estimula la actividad económica, sobre todo cuando las recesiones son profundas y cuando el endeudamiento es bajo y el de México es tan solo del 47%. Ante este tipo de recesiones, estudios publicados en revistas arbitradas apuntan a que 100 pesos de gasto público se traducirían en más de 100 pesos de PIB en México, por lo que es dinero muy bien gastado; aún más si el gobierno es verdaderamente honrado y hace valer la ley.
México está cometiendo un grave error, el mismo error que cometieron la mayoría de los países en 1929 que, siguiendo los dictados de economistas que creían de corazón que los mercados eran perfectamente competitivos y las personas racionales, impulsaron políticas de austeridad económica o inacción que contribuyeron a exacerbar y prolongar la depresión. Por el contrario, los economistas promovieron políticas fiscales expansivas durante la Gran Recesión (2008) y ésta fue mucho menos profunda, aunque causó enormes incrementos de deuda. Aun así, los países sensatos están dispuestos a emitir más deuda para impulsar sus economías 12 años después porque saben que es rentable y necesario.
Por lo tanto, México debería expandir su gasto público de forma sustancial sin subestimar los riesgos que esta política de endeudamiento entraña. En concreto, la incertidumbre en torno a cuál vaya a ser el coste financiero de la deuda en un contexto en el que todo el mundo está pidiendo prestado. Otro riesgo añadido a la deuda que sea emitida en dólares es que puede verse afectada por movimientos en el tipo de cambio también.
Por desgracia, en las circunstancias actuales, las decisiones de política económica como la cancelación de contratos o la inversión en proyectos de infraestructura poco rentables pueden exacerbar la crisis del COVID-19 en México y aumentar el coste financiero de intentar amortiguarla. Aún no es tarde para que el gobierno actúe, gaste y posponga proyectos que ahora a nadie interesan.