Por: Miriam Grunstein
Publicado en Animal Político.
“¡Al diablo con las instituciones!”, fue lo que primero me vino a la mente al enterarme de que Juan Carlos Zepeda, aún presidente de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, había presentado su renuncia, efectiva el 30 de noviembre. Y como todas esas dimisiones, se presta a tanta especulación como información falta. Casi ningún funcionario digno, al que se le requiere su desaparición forzada, reconoce que “lo renunciaron”. Sin embargo, todos sabemos que la renuncia es en verdad un despido. La renuncia al cargo es la especialidad de la casa cuando termina un sexenio y se hace limpieza general. Con escoba y recogedor, llega la intendencia del nuevo gobierno e invitan a los Godinez en turno a evacuar el inmueble. Esta vez se siente diferente, pues más que un atento exhorto a la dimisión, es una purga, un lanzamiento.
Nadie sabe, nadie supo, en realidad por qué se va Juan Carlos de la CNH cuando su encargo era vigente hasta mayo de 2019. El sentido común dicta que alguien le pidió la renuncia. ¿Pero quién? ¿La secretaria de energía que aún no es Secretaria de Energía? ¿El presidente que aún no es Presidente? De verdad es preocupante que funcionarios, que no son funcionarios, corran a los que sí son. Y más cuando se trata un órgano cuyos titulares deben perdurar más allá de la fatídica caducidad sexenal. ¡Eso dice la Ley! Las causales de remoción de un comisionado están taxativamente, limitativamente, numerus clausus, establecidas en eso que hace en Congreso de la Unión y que se denomina ley, en el sentido de su obligatoriedad, generalidad y abstracción. A fortiori, nadie puede “despedir” ni “renunciar” a un comisionado salvo cuando cometa los entuertos ahí enunciados; aun cuando sea Itamita, tecnócrata, neoporfirista e impulsor de los intereses de la minoría rapaz, como Juan Carlos Zepeda.
Pero nadie corrió a Juan Carlos. Él, simplemente, renunció. Y con ello quedamos advertidos de la itinerancia del poder. Para salir, elegantemente, al término de su encargo, de poco le sirvieron a Zepeda los 10 años que entregó a construir una institución que sería la primera en responderle a Pemex cuando irresponsablemente pretendía perforar en aguas profundas o reportaba reservas increíbles. Como David frente a Goliat, Juan Carlos sacó su resorterita y le dio en las partes nobles al Gigante Egoísta, indispuesto a ceder su monopolio pero cada vez más impotente como petrolero. El sentido de la CNH, muy lejos de “vender” la patria, o hacer una cesión grosera de la “soberanía” ha sido multiplicar las manos para que México pudiera elevar la plataforma de producción petrolera, sin tener que depender única e invariablemente de Pemex. Lo que el liderazgo de Zepeda ha pretendido no es que haya otras empresas mejores a la empresa nacional, sino que ésta última sea mejor con ellas.
Esta Comisión le consiguió más amigos que competidores a nuestra dolida y cada vez menos productiva Empresa del Estado. Dato curioso es que Pemex ha sido el mayor beneficiado de las licitaciones de contratos, a partir de la reforma energética, y que el 99.9% de la producción aún es del mismo. Esto significa que si México está en franca declinación petrolera es porque las empresas que ganaron contratos, entre ellas Pemex, no han tenido tiempo para elevarla. Para explotar el subsuelo, 5 años no es nada. En cambio, la Empresa, que es del Estado y que, por lo mismo, no es productiva, sigue y seguirá en manos de un puñado de grillos lastrados con las peores y más incurables taras cuando se trata de hacer negocios.
La supuesta renuncia de Zepeda refrenda que, seguramente, no habrá competencia en el sector de hidrocarburos como, ciertamente, se acabó la pluralidad política. Sin saberlo con certeza —porque la razón de estas renuncias la conocen solo Dios, quien la pide y quien la da— es fácil adivinar que el gobierno entrante no quiere contrapesos ni competencia, ni en la industria ni en el gobierno. Como siempre, y tal vez como nunca, Pemex será el Rey en el tablero nacional que distintos gobiernos han movido en todas direcciones sin que rebase más de un cuadro. Solo frente al tablero, el Mesías moverá las piezas a su antojo hasta dejarnos sin instituciones.
* Miriam Grunstein es experta en energía de México, ¿cómo vamos? Es Licenciada en Derecho en el ITAM y en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Nuevo México, y Maestra y Doctora por la Escuela de Ciencias y Artes de la Universidad de Nueva York.