Por: Arturo Damm Arnal (@ArturoDammArnal)
Artículo publicado en Animal Político
El error de confundir el medio con el fin
Por: Arturo Damm Arnal (@ArturoDammArnal)
El error, cometido no solo por Trump y sus incondicionales sino por la mayoría de los gobernantes y por la mayoría de la gente, es pensar que la actividad económica terminal, aquella que le da sentido a todas las demás, es la producción y no el consumo. Error que lleva a la ejecución de políticas económicas equivocadas, comenzando por las comerciales, que tienen como fin proteger a los productores nacionales de la competencia que traen consigo las importaciones, protección que puede ir desde el cierre de fronteras (prohibir importaciones) hasta la imposición de aranceles (cobro de impuestos a las importaciones). Esto permite a los productores nacionales obtener una renta, que es la diferencia entre el mayor precio que pueden cobrar por no tener que competir con importaciones y el menor precio que podrían cobrar si tuvieren que competir, lo cual aumenta la escasez de los consumidores (ceteris paribus a mayor precio menor consumo y a menor consumo mayor escasez) y reduce su bienestar (que depende de la cantidad, calidad y variedad de los bienes y servicios de los que dispone), siendo todo ello antieconómico.
La actividad económica terminal, la que le da sentido a todas las demás comenzando por la producción, es el consumo, definido como el uso del satisfactor para la satisfacción de la necesidad. Si, por alguna extraña razón, los seres humanos quedáramos total y definitivamente satisfechos, sin necesidades, gustos ni deseos, razón por la cual no volveríamos a consumir (y por lo tanto tampoco a trabajar, a generar ingresos, y a comprar bienes y servicios), ¿tendría algún sentido seguir produciendo satisfactores? No, ya que la producción, oferta y venta de bienes y servicios depende de su consumo, compra y demanda, y si esto último no se da aquello sale sobrando. El consumo es el fin y la producción el medio, con toda la importancia que los medios tienen para la consecución de los fines, pero sin dejar de ser solo eso, medios.
Que el consumo sea el fin y la producción el medio quiere decir que las políticas económicas correctas son las que benefician a los consumidores, y esas son las que permiten el intercambio comercial entre personas de distinta nacionalidad, las que permiten las importaciones, las que sujetan a los productores nacionales a la mayor competencia posible obligándolos a volverse, a golpe de productividad (capacidad para hacer más con menso), más competitivos (capacidad para hacer lo que se hace, en términos de precio, calidad y servicio, mejor que los demás) en beneficio de los consumidores.
El libre comercio pone totalmente a la producción al servicio del consumo, tal y como debe ser, dado que el segundo es el fin y la primera el medio. El proteccionismo, en cualquiera de sus versiones, desde prohibición de importaciones hasta aranceles, pone parcialmente al consumidor el servicio del productor. Y escribo parcialmente porque con el proteccionismo el consumidor conserva la libertad de decidir si compra o no, pero si decide comprar pagará un precio mayor del que pagaría si, en vez de proteccionismo, hubiera libre comercio.
El proteccionismo, que parte del error de considerar que la actividad económica terminal es la producción, es antieconómico porque, al prohibir o limitar las importaciones, reduce la oferta de mercancías, eleva sus precios, les permite a los productores nacionales obtener rentas, y reduce el bienestar de los consumidores. El librecambismo, por el contrario, al permitir las importaciones, al aumentar la oferta de satisfactores, al obligar al productor a ofrecer al menor precio posible, al eliminar la posibilidad de que obtengan rentas, al elevar el bienestar de los consumidores, resulta económico, siendo tal todo lo que hace posible minimizar la escasez, el hecho de que no todo alcanza para todos, menos en las cantidades que cada uno quisiera, y mucho menos gratis. El librecambismo obliga a los productores nacionales, si quieren sobrevivir, a volverse más productivos (hacer más con menos; reducir costos de producción) y más competitivos (hacerlo, en términos de precio, calidad y servicio, mejor que sus competidores). Todo ello, ¿tiene algo de malo?
Por último esta pregunta: ¿quién es el gobierno para prohibirle al consumidor, tal y como sucede con el proteccionismo, comprar lo que le dé la gana, a quien le dé la gana (nacional o extranjero), en donde le dé la gana (en el país o en el extranjero)? Nadie, absolutamente nadie. El proteccionismo no es solo ineficaz (reduce el bienestar del consumidor) sino inmoral (limita injustamente la libertad de los consumidores), dos razones más que suficientes para descartarlo. Y sin embargo, gracias al error de considerar que la producción es la actividad económica terminal, sigue presente, al menos las intenciones de muchos gobernantes, comenzando por Trump. Y ante esas intenciones no veo a los consumidores defendiendo el libre comercio. ¿Por qué será?
* Arturo Damm Arnal es economista por la Universidad Autónoma Metropolitana. Estudió también la Licenciatura y la Maestría en Filosofía en la Universidad. Realizó estudios doctorales en filosofía en la Universidad de Navarra. Es profesor de Teoría Económica y de Análisis Económico y de Historia del Pensamiento Económico en la UP. Forma parte del grupo de expertos de @MexicoComoVamos
E-mail: arturodamm@prodigy.net.mx