Publicado en Animal Político.
Está ampliamente documentado que al inicio de cada nuevo sexenio, casi siempre la actividad económica sufre una importante desaceleración, o bien, entre en recesión. Por ejemplo, en 2013, al inicio de la administración de Peña Nieto, la economía sufrió una desaceleración significativa que casi clasifica como una recesión. El año arrancó con un subejercicio del gasto público y una caída en la inversión privada en la primera mitad del año, para terminar con una tasa de crecimiento del PIB de tan solo 1.4 por ciento, la más baja de todo el sexenio. El nuevo gobierno tuvo que aprender a gastar, mientras que el sector privado tomó un respiro en lo que se aclaraba el rumbo. Las cifras oficiales señalaban que estábamos en una fase que el INEGI llamaba “recesión de crecimiento”. Ante la situación que se presentó, surgió un debate acerca de que si estábamos en una recesión clásica o no. La conclusión fue que no, sino que simplemente fue un periodo de estancamiento.
Una situación parecida ha surgido ahora al iniciar el nuevo gobierno de López Obrador. Existe un visible subejercicio del gasto público, el consumo de los hogares se ha desacelerado y la inversión privada está estancada. ¿Estamos al borde de una recesión? El debate surge de nuevo ante el hecho de que varios indicadores (aunque no todos) apuntan en esa dirección.
Una recesión clásica, tal como lo definió el Buró Nacional de Investigación Económica (NBER) en Estados Unidos hace casi 100 años, se define como una contracción generalizada en la actividad económica, que se extiende a los mercados laborales y cuya duración sea de por lo menos seis meses. Es la parte descendente de un ciclo económico, que desafortunadamente no se observa directamente mediante un indicador en particular. Ante la ambigüedad de su determinación, el INEGI ha construido varios índices “compuestos” de indicadores coincidentes para tratar de aproximar el comportamiento a través del tiempo del ciclo.
El primero de estos indicadores fue construido a principio de la década pasada, replicando la metodología clásica sugerida por el NBER (1). En principio, después de que este índice registra un pico, se tiene que esperar por lo menos seis meses de datos para confirmar su tendencia descendente. Si examinamos la serie, se observa un pico en septiembre del año pasado, con una tendencia a la baja de siete meses a abril de este año, que es el último dato disponible y que sugiere que estamos en una recesión. Aun así, habría que esperar unos cuantos meses más para ver si se confirma este comportamiento y asegurar que no haya revisiones en los datos.
El segundo fue construido en 2010 con una metodología distinta, que emplea la OCDE y que busca replicar los ciclos de crecimiento, que es el comportamiento cíclico alrededor de la tendencia de largo plazo (2). Sus conclusiones son algo más confusos, ya que no tiene reglas tan claras para determinar una recesión tal cual (por eso a veces se refiera a una “recesión de crecimiento” para distinguir la fase de una recesión clásica). En este caso, se identifican dos etapas descendentes, primero uno por arriba de su tendencia de largo plazo, que el INEGI llama “reducción de la brecha positiva con respecto a su tendencia de largo plazo” y finalmente cuando disminuye por debajo de la misma, que se llama “ampliación de la brecha negativa con respecto a su tendencia de largo plazo. Nótese que en ningún lado el INEGI utiliza la palabra recesión. En este caso, se identifica un pico en abril de 2018 para después observar 12 meses consecutivos a la baja, de los cuales los últimos ocho corresponden a la “ampliación de la brecha negativa”.
De buenas a primeras, ambos índices ya identifican una situación que pudiéramos llamar recesión. Sin embargo, no queda tan claro. De entrada, el examen de diversos indicadores no apunta hacia una contracción generalizada en la actividad económica. Por ejemplo, la producción industrial en su conjunto mostró una tendencia negativa a partir de abril del 2018, pero empezó a recuperarse a partir de febrero de este año. Por componentes, la minería lleva 65 meses con tendencia negativa, mientras que la producción manufacturera muestra una tendencia positiva en los últimos 22 meses, salvo un breve periodo de cuatro meses al finalizar el año pasado. Difícilmente podemos hablar de una recesión si la producción manufacturera va al alza.
En seguida, observamos el mercado laboral. Aunque sí es cierto que la tasa de desempleo ha aumentado un poco en los últimos seis meses, sigue registrando niveles por debajo de la tasa de “pleno empleo” (NAIRU), que supone que es consistente con una economía en crecimiento. Es tan así, que los salarios medios han registrado aumentos no observados en mucho tiempo. Prácticamente no hay un indicador laboral que sea consistente con una situación de recesión.
Lo último es la profundidad. Si comparamos el nivel del índice compuesto coincidente del SIC (99.3 puntos en abril de este año), encontramos que el nivel todavía está lejos de los alcanzados en las cinco recesiones identificadas entre 1980 y 2019. Si bien observamos una ampliación de la brecha negativa, a la fecha sigue siendo una brecha negativa muy acotada. ¿Estamos en una recesión? Por lo pronto, la lectura es ambigua. Tenemos suficiente evidencia para iniciar la discusión, pero insuficiente para llegar a una conclusión.
Las fechas de inicio y terminación de las recesiones tienen un contenido político, en especial el inicio, ya que ningún gobierno quiere admitir que la economía esta en una recesión. Cuando suele suceder, siempre se incita al debate que, en la mayoría de las ocasiones, sube mucho de tono. Por lo mismo, en Estados Unidos, el NBER estableció hace muchas décadas un comité específico para establecer las fechas de los picos y valles del ciclo económico. El comité está conformado por cinco académicos y tiene el reconocimiento del arbitro oficial. Existen comités similares en Canadá, Europa, Brasil, Japón y España. Hace poco, el INEGI convocó a un grupo técnico para recomendar las bases, reglas y logística para conformar un Comité de Fechado en nuestro país, cuya meta es arrancar a principios del año entrante. ¿Será que tendremos que esperar tanto para saber si estuvimos en recesión o no?
* Jonathan Heath (@JonathanHeath54) es subgobernador de Banco de México y miembro del panel de expertos de @MexicoComoVamos. Las opiniones expresadas en este artículo son a título personal y no reflejan los puntos de vista de ninguna institución u organización con la cual me pudieran identificar.