Por: Miriam Grunstein
Publicado en Animal Político.
Hace algún tiempo, un gran amigo me contó que su hijo –quien si acaso tendría nueve o diez años— llegó muy angustiado del colegio porque ese día entendió que ¡todo tiene un impacto ambiental! Desde la gasolina para el transporte escolar, la energía requerida para la iluminación del salón de clases, la alimentación de la batería de su computadora, e incluso la conservación de su refrigerio. Con sentido remordimiento, el pequeño Aaron se hizo consciente del impacto de su vida en el planeta; entendió que, con tan solo ser, él le cuesta a la madre tierra.
Esta anécdota, no menos enternecedora que llena de sabiduría, la deberían asumir no solamente los mayores, sino en particular las empresas que supuestamente velan por los mexicanos presentes, pero en particular deberían hacerlo por los futuros. Los que hoy alcanzamos o rebasamos el medio siglo (es decir, los boomers), y particularmente en México, nos servimos con la cuchara grande de la fuente de los ingresos petroleros. Vivimos en un paraíso fiscal en el que Pemex sostenía lo público y CFE nos obsequiaba el electrón. Eso fue posible hasta que se hicieron viejos, decrépitos y egoístas. Ahora ya no hay nada para nadie. Egoístas Pemex y CFE. Pero también mezquinos nosotros.
Elegir para este texto el título de un cuento infantil no es un recurso retórico gratuito. Y si bien lo pensamos, tampoco la trama. Narra Wilde que este gigante tenía un vergel en el que, al estar ausente el gigante, jugaban los niños. Tras siete años, al volver el gigante de una larga estancia con el Ogro de Cornish, éste expulsó a los niños del jardín por ser suyo. Solo que al irse los niños éste se cubrió de nieve y se cernió sobre éste un invierno crudo y perenne. Solo el retorno de los niños al jardín lo volvió a llenar de cantos, frutos, follaje y flores.
Tras una primavera breve en la que Pemex y CFE permitieron que otros fuera de ellos jugaran en el campo de la energía, ahora se han vuelto a cerrar con singular encono. Contrarias a las metas de desarrollo sostenible, ni CFE quiere que entre el sol, ni el viento, ni que nada verde atraviese su camino. Tampoco le gustan las visitas por mucho que animen la concurrencia. Los campos de Pemex también están nevados, pero con esa agua-nieve lodosa que, fuera de sugerir un bello paisaje invernal, connotan abandono y soledad.
Ya son varias las empresas globales que se han abierto a nuevas ideas. Chevron, una petrolera de casta, ha anunciado estar puesta para la transición energética. BP y Shell ya lo anunciaron hace años: de ser empresas de hidrocarburos pasarán a ser emporios de energía en las que ninguna fuente, por motivos de dogma, será despreciada.
La razón por las que están dispuestas a cambiar es sencilla: piensan en Aaron Cavazos o en Greta Thurnberg. Y tal vez no les importe tanto la cuán infelices sean estos porque no podrán vivir en un mundo verde, sino porque son su mercado. La sustentabilidad (o sostenibilidad) ya es un producto que los millenials, centennials no solo desean, sino codician. Tal vez sea por el bien del mundo, pero también porque los hace sentirse partícipes en la construcción de uno mejor. Aunque haya chorros de crudo, él y sus derivados están perdiendo mercado. NEXT.
Sea una moda o no, el desarrollo sostenible es un imperativo, ya no solo de justicia socio ambiental, sino de mercado. Y por no ver más allá de sus narices, y ni siquiera por su propio bien, ni Pemex ni CFE abren los ojos. De ser así, tal vez no sean los gigantes egoístas. Serán, en todo caso, los colosos con los pies de barro.