Por : Carlos Serrano
Publicado en Animal Político.
Después de la crisis de 1994, el sistema bancario mexicano quedó insolvente y sin condiciones para otorgar préstamos: tuvieron que pasar 20 años para que la razón crédito bancario al sector privado a PIB regresara a los niveles que tenía antes de que estallara aquella crisis. Ese episodio dejó muchas lecciones. El marco regulatorio, que tenía muchas deficiencias, comenzó un proceso de rediseño para minimizar las posibilidades de que una crisis así volviera a ocurrir. Se cambiaron las definiciones de cartera vencida, se elevaron los requerimientos de capital y se mejoró su definición, para asegurar que tuviese capacidad de absorción de riesgos. También se modificaron los requerimientos de reservas preventivas para adoptar un enfoque de pérdida esperada, lo cual mejoró los criterios de originación crediticia. Por su parte, las instituciones bancarias mejoraron sus procesos de otorgamiento de préstamos y el conocimiento de los distintos riesgos que podrían afectar sus balances. Todo esto fue fortaleciendo al sistema, al grado que México fue uno de los primeros países en el mundo en adoptar el marco regulatorio de Basilea 3 que surgió como respuesta a la crisis financiera global que estalló en 2009. Resultado de ello es que el sistema bancario mexicano es hoy uno de los más sólidos en el mundo, lo cual le permitirá afrontar exitosamente la crisis derivada de la pandemia.
El índice de capitalización de la banca en México -de acuerdo a criterios de Basilea 3- es de 17.2%, 64% más que el mínimo requerido de 10.5% e integrado mayoritariamente (85%) por capital fundamental que es el de más alta calidad, es decir, el que mayor capacidad de absorción de pérdidas tiene. Al cierre de 2019, el índice de capitalización era de 16%, es decir, la banca mejoró sus niveles de capitalización aún durante la crisis originada por la pandemia. Esto se ha conseguido tanto por nuevas emisiones de capital como por una reducción en los activos ponderados por riesgo.
La banca mexicana no solamente enfrenta esta coyuntura con altos niveles de solvencia, sino también con una muy buena posición de liquidez. Hay que recordar que uno de los principales problemas que enfrentaron los bancos estadounidenses en la crisis financiera de 2009 fue uno de liquidez: dichos bancos tenían una estructura de fondeo que dependía de las colocaciones de bonos a corto plazo para financiar préstamos de largo plazo. Cuando el mercado de capitales se contrajo y los bancos no pudieron renovar esas emisiones, experimentaron una seria crisis de liquidez. En contraste, el sistema bancario en México se fondea principalmente con depósitos estables del público lo cual lo hace mucho menos vulnerable a episodios como el antes descrito. Todos los bancos del sistema cumplen ampliamente con los requerimientos del coeficiente de cobertura de liquidez de Basilea 3. Además de las fuertes posiciones en capital y liquidez, la banca en México muestra elevados niveles de provisiones, superiores al nivel de cartera vencida, y del doble en el caso de la cartera de consumo.
La solidez del sistema bancario le permitió dar ayudas a los acreditados que tuvieron dificultades debido a la contracción económica que trajo la pandemia. Con fundamento en criterios contables especiales publicados por la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, los bancos dieron facilidades para que acreditados emproblemados (tanto personas físicas como morales) no tuviesen que realizar los pagos correspondientes a sus créditos en períodos de entre 4 y 6 meses. Estos apoyos no fueron menores: se dieron a créditos que representaron el 20% de la cartera.
Estas fortalezas también permitieron que los bancos contribuyeran a un funcionamiento ordenado del mercado de bonos gubernamentales. Desde que comenzó la actual crisis se han observado salidas de capital (en instrumentos gubernamentales de renta fija) por parte de inversionistas extranjeros por alrededor de 15 mil millones de dólares, lo que implicó una reducción en la tenencia de bonos gubernamentales por parte de estos inversionistas de casi 20 por ciento. En otro país, una salida de capitales de esa magnitud hubiese resultado en disrupciones importantes en los mercados financieros y en una caída en los precios de los bonos y presionado al alza las tasas de interés. En México esto no ocurrió ya que los bancos adquirieron casi 13 mil millones de dólares de dichos instrumentos, adquisiciones que pudieron hacer gracias a las fortalezas en los balances. Afores y aseguradoras también compraron títulos. Es decir, la profundidad de los mercados de capital evitó una disrupción financiera.
Es indiscutible que las carteras vencidas van a aumentar ahora que concluyan las facilidades temporales antes mencionadas que eximieron del pago a una parte de los acreditados. Sin embargo, estimo que el deterioro será moderado ya que una gran mayoría de los que se acogieron a estos programas han retomado sus pagos con normalidad. Lo que es más: de acuerdo a pruebas de estrés que hemos realizado en BBVA Research, aun en escenarios en que la cartera vencida aumente de forma significativa (aumentos consistentes con el peor 20% de la distribución histórica), la banca en su conjunto podría afrontar ese escenario sin reducir su exceso de capital. Esto gracias a que existen dos líneas de defensa adicionales: las provisiones y las utilidades (incluso considerando los menores niveles resultado de la pandemia) retenidas. Con esto no quiero decir que no puedan haber algunas instituciones pequeñas que enfrenten problemas o que incluso pudieran entrar en procesos de insolvencia; pero en su conjunto el sistema resistiría bien un escenario como el antes descrito.
Ahora bien, como era de esperar, en el contexto de la recesión económica más fuerte de los últimos cien años, el crédito bancario se ha desacelerado. A septiembre de este año -último dato disponible- la cartera de crédito bancario al sector privado no financiero decreció, ajustando por inflación y por el efecto cambiario, a una tasa anual de 3 por ciento. Esto se debe a una caída en la demanda: en la medida en que las empresas invierten menos (tanto por la incertidumbre asociada al COVID como por la asociada a las políticas públicas implementadas por esta administración) y que los individuos son más cautos debido a la debilidad del mercado laboral, la demanda por préstamos bancarios cae. Cuando la economía se recupere, la demanda crediticia también repuntará y la fortaleza de los balances cambiarios significará que habrá oferta para satisfacer esa demanda. En esta ocasión, la banca será parte de la solución y no del problema.