Por : Carlos Serrano
Publicado en Animal Político.
En los últimos 25 años, México logró consolidar la estabilidad macroeconómica. La autonomía del Banco de México, la adopción de un régimen de tipo de cambio flexible y la disciplina fiscal han resultado en que en el país lleve más de dos décadas con niveles bajos y controlados de inflación y de tasas de interés. Sin embargo, esta estabilidad no se ha traducido en un mayor crecimiento económico. En este aspecto, el desempeño relativo frente a otras economías en desarrollo ha sido mediocre, por decir lo menos. Desde 1990, el PIB per cápita promedio de Brasil, Chile, Colombia, Perú y Uruguay ha crecido un 60% más que el de México. En ese periodo, Honduras, Nicaragua, Ecuador y Bolivia han crecido más que nuestro país. Desde luego que las causas del bajo crecimiento son complejas y variadas. Pero me parece que comparten un elemento común: los niveles de inversión han sido muy bajos.
En este tema los economistas no tienen desacuerdos: para crecer hay que invertir. Y la inversión en México lleva décadas en niveles bajos. Ahí también comparamos mal contra otros países Latinoamericanos y muy mal contra los países asiáticos que han logrado emerger a ser países de renta alta como Corea, Taiwán, Singapur y, más recientemente, China. Llevábamos décadas con niveles insuficientes de inversión y, encima, el problema se ha agravado en los últimos años. Entre 2010 y 2015 la inversión privada creció a un ritmo promedio anual de 6.3%. En 2016 el señor Trump entró en escena y la incertidumbre en torno al futuro de la relación comercial entre México y Estados Unidos hizo que, entre 2016 y 2018, esta tasa de crecimiento cayera a un ritmo promedio anual de 1.1%. A este panorama se sumó la incertidumbre acerca del rumbo que tomarán las políticas económicas en la administración de López Obrador con lo que el año pasado la inversión privada se habrá contraído un 3.8%. Así, de 2009 a 2015 la inversión privada tuvo un avance acumulado de 40.7% mientras que de 2015 a 2019 habrá tenido una contracción de 4.5%. Con ello, la inversión privada que representaba 18.2% del PIB en 2015 ahora es de 16.3%.
El panorama con la inversión pública es más preocupante y además es difícil prever una recuperación debido a que no se cuenta con el espacio fiscal para ello. En 2019 la inversión pública disminuyó cerca de 10%. Desde 2010 a la fecha la inversión pública ha registrado una variación anual promedio de -5.2% – comparada con un crecimiento de 9.9% anual registrado en la década previa. Con ello, la inversión pública que representaba 5.7% del PIB en 2010, ahora representa solamente 2.6%. Con estos montos no se pueden realizar las inversiones mínimas en carreteras, puertos, aeropuertos, hospitales y escuelas que se requieren para lograr mayores tasas de crecimiento. En conjunto la inversión total (privada más pública) que representaba 21.2% del PIB en 2010 ahora está en niveles de 19.0%. El acervo de capital del país se ha contraído de forma preocupante. Esto puede reducir la tasa de crecimiento potencial.
Es necesario tomar medidas para revertir esta situación cuanto antes. Se puede. De hecho, estamos ante una oportunidad histórica para lograr mayores niveles de inversión, crecimiento y desarrollo; no sobra repetirlo: sin crecimiento no puede haber desarrollo. La oportunidad la trae el conflicto comercial entre Estados Unidos y China. Se trata de un problema estructural que llevará mucho tiempo en ser resuelto. Como resultado de ello, China atraerá menos inversión extranjera directa y México debería ser el país del mundo que más puede capitalizar esta oportunidad.
Pronto tendremos un acuerdo comercial que dará certidumbre a los inversionistas. Tenemos la proximidad geográfica, la logística para exportar, y complejas cadenas de valor que dan competitividad a la región de Norteamérica. Pero para aprovechar la oportunidad hay que enfrentar asignaturas pendientes. Se debe fortalecer el Estado de Derecho lo cual requiere como elemento fundamental reformar el sistema judicial para que sea más eficiente e independiente. Los niveles de violencia deben bajar. Y es necesario proveer al país con energía más barata, lo cual se puede hacer invirtiendo en energías limpias y potenciando la red de distribución de gas natural y aumentando la inversión privada en el sector eléctrico (tristemente las políticas de la CFE van en sentido contrario). Se puede dejar de ser un país emergente. La oportunidad está ahí. No se debe desperdiciar. Si no se revierte la caída en inversión, el crecimiento en las próximas décadas será todavía más mediocre.