Por: Carlos Lever Guzmán (@clevergz)
Publicado en Animal Político.
Este año el premio Nobel en economía fue galardonado a Paul Milgrom y Roberto Wilson por sus aportaciones a la teoría de subastas. En el comunicado del premio se enfatizó que sus contribuciones muestran el poder de la investigación en ciencia básica en generar aplicaciones que tienen impacto. En este artículo trataré de compartir varias facetas detrás del premio: la personal, la escuela de pensamiento de Wilson y Milgrom y su contribución a la teoría de subastas.
La personal
Como muchos adolescentes que deciden estudiar la carrera en economía, lo hice sin conocer demasiado la materia: más bien quería aplicar matemáticas a impulsar bienestar social. Para el final de la carrera había aprendido que el estudio de subastas era una de las aplicaciones más exitosas de la teoría económica matemática y que uno de los mejores lugares para estudiarla era Stanford, donde Robert Wilson había impulsado una doctrina sobre cómo diseñar mercados. Ahí ademas enseñaban varios de sus alumnos distinguidos, entre ellos, Paul Milgrom. Dado eso, a pesar de lograr ser aceptado en varios doctorados de renombre, decidí ir a Stanford para aprender a diseñar mercados.
La escuela de Wilson de diseño de mercados
Lo que distinguía la filosofía de trabajo del grupo de Wilson en Stanford era la disposición de interactuar con el diseño de aplicaciones en concreto, tanto asesorando a empresas como a gobiernos. Así, Wilson y Milgrom participaron en la primera organización de subastas del espectro radioeléctrico, pero también asesoraban a las empresas del cercano Sillicon Valley en la apertura de nuevos mercados digitales. En esto, Milgrom era claro en que no se podía tener fé ciega en que “mano invisible” del mercado resolvería todos los problemas. Como contraste a la visión que los mercados aparecen por gestión espontánea y todos son creados iguales, la escuela de diseño de mercados de Stanford enfatizaba que dichos mercados podían ser diseñados bien o podían ser diseñados mal. Esto fue llamado la visión “ingenieril” de la economía por otro alumno de Wilson: Al Roth (Premio Nobel 2012).
Así, las subastas son economías en un microcosmo que sirven para utilizar, pero también para evaluar, todas las teorías económicas sobre cómo operan los mercados. Años después tuve la oportunidad de aplicar estos conocimientos en el diseño de las subastas petroleras en México como parte del equipo fundador del Fondo Mexicano del Petróleo. Hacerlo requirió usar la filosofía de trabajo de Milgrom y Wilson para reconocer los retos particulares del sector en México y adaptar los principios generales a realidades concretas.
¿Qué hacen exactamente las subastas y por qué Wilson y Milgrom nos enseñaron cómo diseñarlas bien? Entenderlo requirió el trabajo de al menos tres premios Nobel distintos, siendo el más reciente el otorgado de Milgrom y Wilson.1
Las aportaciones a la teoría de subastas
El pionero en analizar subastas fue William Vickrey (premio Nobel 1996), quién tuvo la brillantez de formular la pregunta correcta sobre qué hacen las subastas bien diseñadas, aunque sólo pudo dar una respuesta parcial. Vickrey planteó que la razón de ser de las subastas es resolver un problema de extracción de información mediante el cual un vendedor trata de encontrar a qué comprador entre muchos puede vender su mercancía al mejor precio. Si no existiera esta falta de información, el vendedor no tendría razón de usar una subasta y vendería al máximo precio posible que acepten sus compradores.
La respuesta parcial de Vickrey era aplicable para entender algunos formatos de subasta y dependía de muchas simplificaciones. En su clase de subastas, Milgrom narra cómo siendo estudiante de doctorado estaba comiendo con su asesor, Robert Wilson, junto con un joven profesor visitante, Roger Myerson, cuando Wilson comentó en voz alta que estaba familiarizado con el resultado de Vickrey, pero que nunca había entendido qué tanto dependía de las simplificaciones que había utilizado. Myerson (premio Nobel 2007) explicó que él ya había encontrado una respuesta que no necesitaba la simplificación de Vickrey, además que permitía analizar cualquier subasta, incluyendo formatos imaginarios que nunca habían sido utilizados en la práctica.
Con eso, Myerson parecía resolver exhaustivamente el problema de extracción de información del vendedor. Pero Wilson, inspirado en un ejemplo de la industria petrolera, identificó un problema de extracción de información por parte de los compradores que no había sido siquiera contemplado en la pregunta de Vickrey.
En el sector petrolero las subastas se utilizan desde los años 50 por parte del gobierno federal de Estados Unidos para asignar derechos de perforación en busca de petróleo en las aguas profundas del Golfo de México que están dentro de su mar territorial. A principios de los años 70 se había corrido un rumor dentro de la industria: aquellas empresas que ganaban las subastas frecuentemente entraban en estrés financiero algunos años después. Esto pasaba porque pagaban demasiado dinero al gobierno relativo a la cantidad de petróleo que descubrían más adelante. Así, ganar en estas subastas era una especie de “maldición”.
Wilson demostró que incluso empresas racionales eran afectadas por dicha “maldición”. ¿Por qué? Porque la subasta sesga a que el ganador sea una empresa optimista en su pronóstico de cuánto petróleo hay. Y dado que ninguna empresa sabe de antemano quién va a ganar, el velo de la incertidumbre también impone retos importantes a los compradores. Hasta ahí parecería un río revuelto desafortunado para las empresas, pero beneficioso para el pescador: el gobierno que vende los prospectos. Wilson demostró que no es así: las empresas racionales (o que aprenden a ser racionales) rasuran mucho sus ofertas para evitar la maldición. Y si todas las empresas rasuran mucho, el gobierno también acaba perdiendo.
Claramente hay un problema, ¿pero hay una solución? Milgrom desarrolló las herramientas matemáticas para identificar buenas prácticas y soluciones parciales al problema.
Por ejemplo, un buen principio es que los vendedores deben compartir toda la información que tengan para reducir la incertidumbre. Menos incertidumbre lleva a menos “maldición del ganador” y por tanto a recibir ofertas más agresivas.
Lo anterior suena fácil hasta que llega el momento de compartir malas noticias sobre el objeto a vender. Pero el compromiso con la credibilidad es indispensable, ya que un gobierno que no esté dispuesto a compartir malas noticias, no será escuchado cuando revele buenas noticias.
Esto es una pequeña muestra que las subastas petroleras son objetos complejos. Las reglas para su funcionamiento pueden ocupar cientos de hojas de terminología legal, ingenieril y económica. Ante esta complejidad, Milgrom y Wilson nos dotaron de herramientas para adaptar el diseño a las necesidades locales, en lugar de aplicar ciegamente fórmulas pre-establecidas.
Milgrom y Wilson entendían muy bien que aprovechar la capacidad demostrada del mercado libre para generar eficiencia y prosperidad requiere un adecuado diseño de reglas que liberen su potencial. Su estilo de trabajo muestra también la importancia de no caer en dogmatismo (en ninguna dirección) al buscar cómo mejorar los sistemas económicos.
1 Como dato curioso, el premio otorgado a Milgrom y Wilson es el primero en explícitamente mencionar el nombre de subastas al nombrar la contribución, lo cual muestra que las lecciones aprendidas en teoría de subastas tienen aplicaciones que inciden transversalmente a muchas áreas de estudio en economía.