Por: Enrique Cárdenas Sánchez (@ecardenasCEEY)
Artículo publicado en el blog de México, ¿Cómo Vamos? en Animal Político
El reto de fortalecer el mercado interno
Por: Enrique Cárdenas Sánchez (@ecardenasCEEY)
Ante las amenazas de “renegociar” el TLCAN y la deportación masiva de migrantes, y la lenta economía mundial, se cierne sobre nuestro país un panorama económico sumamente complicado. A ello se suma la fragilidad de las finanzas públicas y la cercanía de las elecciones presidenciales en 2018. Estos factores imponen severas restricciones a la política económica y queda más o menos claro que ésta, sola, no podrá con el paquete.
Una situación semejante ocurrió al inicio de los años treinta, como consecuencia de los efectos de la Gran Depresión. La economía norteamericana estaba en una profunda recesión que disminuyó nuestras exportaciones y los términos de intercambio (precios de exportaciones en relación a los precios de las importaciones), lo que generó tendencias al déficit comercial y a la salida de reservas del país. Dado el tipo de cambio fijo, ello redujo la oferta monetaria y generó una presión deflacionaria adicional. A ella se sumó la reducción obligada del gasto público pues el gobierno no tenía forma de endeudarse para financiar un déficit fiscal. A esas calamidades macroeconómicas se sumó el regreso de más de 300 mil trabajadores de los Estados Unidos, alrededor del 6.5 % de la fuerza laboral de entonces, que agravó el mercado de trabajo y las condiciones de vida de los mexicanos.
Como se puede apreciar, estas condiciones son muy semejantes a las que estamos viviendo, con salvedades importantes: la economía mexicana está actualmente muy abierta al comercio exterior, hay flujo libre de capitales y el tipo de cambio es flotante. Y quizás la cantidad de migrantes que sean deportados sea superior ahora que en esos años (el gobierno norteamericano tendría que deportar alrededor de 3.7 millones de personas en un lapso de dos años para ser proporcionalmente igual a lo ocurrido en los años treinta).
¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo salió México del atolladero? En los años treinta, de 1932 a 1940, hubo cierta inflación entre 1936 y 1938, una devaluación de un 50 % el mismo día de la expropiación petrolera, pero la economía creció a una tasa anual promedio de 4 % en términos reales. Nada mal para la difícil situación prevaleciente. Y lo logró por una combinación de ejercer una cierta política expansionista (déficit fiscal de 0.5 % del PIB en promedio), inversión pública en coordinación con la inversión privada, que se montó en los efectos benéficos de la devaluación del peso: las importaciones se encarecieron al tiempo que las exportaciones se hicieron más competitivas. El mercado interno se fortaleció y aumentó el bienestar.
Es cierto, en esa época la economía mexicana no estaba tan integrada a la norteamericana como ha ocurrido desde el ingreso de México al TLC. Pero de cualquier manera se pueden sacar ciertas pautas para el presente.
Primero, es muy probable que las exportaciones a los Estados Unidos se reducirán y con ellas muchas de nuestras importaciones. No es un problema de déficit comercial, sino un problema de encontrar mercados para nuestros productos. Por ello se habla de impulsar el mercado interno.
Segundo, es necesario aquilatar la fuerza del cambio en los precios relativos que implica una depreciación del tipo de cambio que solo en los últimos dos años y medio ha sido de casi el 50 %. Ello es equivalente a una tarifa general a las importaciones y a un subsidio a las exportaciones del mismo porcentaje que la depreciación. Es decir, se están encareciendo los productos que importamos y se vuelven más competitivos los que exportamos. Esto desata un proceso “natural” de sustitución de importaciones: los productores tienen fuertes incentivos para encontrar otros proveedores de sus insumos que anteriormente importaban, y posibles productores internos tienen incentivos para tratar de satisfacer esos mercados que anteriormente provenían del exterior. Se trata de una ola, de una corriente formidable para alentar el mercado interno.
Tercero, cada vez hay más conciencia que salarios excesivamente bajos son insostenibles. La precariedad de los salarios, a los ojos de los empresarios, parece haber llegado a su límite, como lo mostró la decisión de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos a fines del año pasado. Hubo un aumento mayor a los salarios mínimos y se separó de las demás negociaciones salariales. No estamos muy lejos de hablar de un “salario suficiente” en lugar de un “salario mínimo”. El salario suficiente debe estar ligado a las líneas de bienestar de Coneval. Si los empresarios se decidieran a pagar al menos dos “líneas de bienestar” por trabajador (un trabajador y un dependiente), significaría un impulso al mercado interno sin afectar significativamente la productividad de las empresas.
Cuarto. El Pacto del 9 de enero pasado, al que suponemos se sumará la Coparmex con las propuestas adicionales que le presentó al CCE la semana pasada, es un buen paso de coordinación entre el sector público y el privado. La reciente acción por México del sector empresarial apunta en esa dirección.
Quinto. La decisión del Banco de México de elevar la tasa de interés de 5.75 a 6.25 % no abona a este propósito, lo que muestra la enorme restricción que tenemos en las finanzas públicas. No podemos perder la estabilidad macroeconómica, pero debemos encontrar otras maneras de enfrentar ese reto. Por lo pronto, la revisión (con racionalización) del gasto público es esencial, así como la equidad en el cobro de impuestos. En el mediano plazo, una revisión a fondo de la política hacendaria es esencial.
Sexto. El mal “humor” social no es gratuito. Todos estamos hartos de la corrupción y la impunidad, que impiden aliviar la pobreza y lograr un mejor crecimiento económico. Ahí hay otra diferencia con los años treinta: en esos años no había la pesadez y desánimo que estamos viviendo el día de hoy. Por fortuna, si se puede decir así, el gobierno tiene los instrumentos para actuar en esos frentes. Sólo se necesita que quiera, que lo haga, que ataque frontalmente la corrupción. Pero parece que eso es justamente lo único que no quiere hacer.
* Enrique Cárdenas es economista por el ITAM y doctor en economía por la Universidad de Yale. Es Investigador Nacional nivel III y actualmente funge como Director del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Forma parte del grupo de expertos de México, ¿Cómo Vamos?