Publicado en Animal Político.
Los principios neoliberales viven francamente un mal momento. Hablar de mercados, de oferta y demanda, de competencia suena casi a traición a la patria. En repetidas ocasiones he escuchado el argumento de que la desigualdad, la pobreza e incluso el poco o nulo crecimiento de algunos estados del país se deben a las ideas neoliberales de los defensores de los mercados. Se habla de la responsabilidad de un sistema neoliberal como si en efecto hubiéramos tenido algún gobierno neoliberal. En realidad, no lo hemos tenido.
Uno de los principios que más golpeados salen en este discurso es la competencia económica. Esa idea de que a través de poner a los agentes a competir – bajo ciertas condiciones- se obtienen mejores resultados para los consumidores, se encuentra desacreditada. Perdemos de vista que independientemente de cualquier otro rol que juguemos en la sociedad, todos somos consumidores.
Sin duda las condiciones bajo las cuales los agentes compiten inciden en el resultado. Cuando los egresados de licenciaturas salen a competir por un lugar en una maestría en una universidad de excelencia, importa enormemente qué tan bien preparados llegan y con el nivel académico de sus competidores para el mismo puesto. Las condiciones bajo las cuales compiten dos o más empresas para producir y vender un bien impactarán el resultado –el precio, la calidad, la variedad– que los consumidores tendremos.
La competencia hará que las condiciones para los consumidores sean mejores. No sugiero que los mercados sean perfectos. Justo por esas imperfecciones –poder de mercado, concentración, poder monopólico, poder monopsónico, regulación excesiva o incorrecta– se puede llegar a resultados no óptimos para los consumidores.
La COFECE publicó recientemente un estudio sobre el impacto que tiene el poder de mercado sobre el bienestar de los hogares. Andrés Aradillas, profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania es el autor y analiza las condiciones de competencia –o falta de la misma- sobre 12 bienes de consumo generalizado en México: tortillas, pan, pollo y huevo, carne de res, carnes procesadas, bebidas no alcohólicas, frutas, verduras, lácteos, material de construcción, transporte foráneo y medicamentos.
Quizás no sorprenda leer que hay poder de mercado en esas industrias. Poder de mercado, para propósitos del estudio, es el poder que tiene una empresa de subir sus precios y aun así mantener a sus clientes porque enfrenta pocos o ningún competidor. Lo que tal vez sorprenda más es el tamaño de la pérdida de bienestar que vivimos los consumidores por la existencia de éste.
Los hogares mexicanos pierden, en promedio, 16 de cada 100 pesos de su ingreso pagando sobreprecios que podrían no existir –o ser menores- en caso de que las prácticas de competencia fueran mejores. Pero ese es el promedio, porque las pérdidas en bienestar no se distribuyen de forma pareja en la economía. Quienes padecen más los sobreprecios son las familias de más bajos ingresos. La pérdida, en este caso, alcanza 31 pesos de cada 100. Impacta menos a los hogares de mayores ingresos.
Al analizar los mercados de los 12 bienes y servicios mencionados en el estudio en las diferentes regiones del país se observan otra vez esos dos Méxicos: el México del suroeste, el más pobre, ve reducido su bienestar 47 % más que el noroeste. Como bien dice Isaac Katz en su artículo de ayer en El Economista, los hogares más pobres en los estados más pobres son los que más experimentan una pérdida de bienestar por la falta de competencia en los mercados. La falta de competencia es profundamente regresiva.
El promedio de sobreprecio en los bienes analizados es 98 %, pero en las frutas alcanza el 238 %, y en el pan, 200 %. Para los materiales de construcción el sobreprecio es 113 %, para los lácteos 95 %. Todos consumimos esos bienes y ese es precisamente la fortaleza del estudio. Cada vez que compremos un kilo de tortillas habrá que tener en mente que tiene un 26 % de sobreprecio por la falta de mejores prácticas de competencia y cuando compremos pan, un 200 %.
El estudio es una actualización del trabajo realizado por el doctor Aradillas en 2008 junto con el doctor Carlos Urzúa, futuro secretario de Hacienda, en el que se identificaban los efectos regresivos que genera el poder de mercado entre los hogares y las regiones del país en distintos niveles socioeconómicos.
México tiene enormes problemas de desigualdad, de mala distribución de oportunidades y en consecuencia, del ingreso. Son problemas gestados hace siglos y de difícil resolución. Pero ya tenemos unas pistas, ya sabemos que la competencia funciona y funciona para mejorar el bienestar de las familias y en mayor manera de las de menores ingresos. Ya sabemos por dónde va el primer paso que hay que dar.
Valeria Moy es directora general de @MexicoComoVamos.