Por : Miriam Grunstein
Publicado en Animal Político.
Aclaración: al decir que nuestra industria energética es una “casa de naipes”, no nos referimos –necesaria o exclusivamente— a la serie que tanto suspenso nos hizo vivir. Claro que en este sector, ya sea aquí o en el resto del globo, sus personajes guardan cierto parecido con los de la serie. Después de todo, en esta industria hay dinero a reventar, intereses políticos (y de todos tipos), tensiones extremas, y se puede afirmar que, si bien no el amor, la energía mueve el mundo. Que hay malos como Frank Underwood, y algunas Claires, sin duda. Pero ¿de qué hablamos al decir que la energía es una casa de naipes si no es sobre la serie?
Fuera de sus habitantes siniestros, llamamos al sector energético una casa de naipes por su fragilidad. Y así como la serie hacia alusión a la labilidad de la Casa Blanca, que se tambalea por falta de pilares estables, así mismo puede desplomarse un sector del que aún se dice es “palanca de desarrollo” de un país de 120 millones. ¿Tantas almas habitan dentro y sobre una estructura de naipes? Imaginemos lo que el viento se puede llevar.
Hoy, más que en otros tiempos, se percibe una industria cada vez más inestable. No toda la responsabilidad la tiene este gobierno, pues los anteriores hicieron lo propio para derruir sus cimientos a partir de decisiones políticas y legislativas mal tomadas pero, irónicamente, defendidas con orgullo y hasta triunfalismo. Hasta los arquitectos que ya abandonaron la casa, y que se jactaron de ella con tanta soberbia, están a punto de ver cómo se desmorona. Muchos de ellos observarán el derrumbe desde Madrid, Londres o las Islas Caimán, donde ni el polvo sentirán a pesar de que deberían cargar, no con una casa de naipes, sino con el peso de toda esta tierra.
Desde que se publicó el proyecto de la reforma energética, se veía como una casa de naipes, gigante y fastuosa, pero endeble. La falla más peligrosa en su andamiaje es su falta de institucionalidad. Esto es, las decisiones en torno a reconstruir la industria se pusieron en manos del presidente, a través de sus operadores, verbigracia, la Secretaría de Energía y la de Hacienda. Para saber cuál era la voluntad energética de Enrique Peña Nieto, si acaso la tuvo, habría que consultar a las estrellas. Pero es de suponerse que la toma de decisiones duras, seguramente, transitaban entre el Eje 5 (SENER) y Palacio Nacional (Hacienda). Ellos decidían cuándo y cómo habría licitaciones de contratos petroleros, el plan de ductos para todos los hidrocarburos, proyectos de almacenamiento, subastas eléctricas, apertura de gasolineras a particulares, emisión de Certificados de Energías Limpias y otros hitos que hicieron de la implementación de la reforma energética un momento muy interesante para nuestro país. En suma, fue la voluntad del Ejecutivo (si bien no del presidente en sí) que se hicieran muchas cosas nuevas e interesantes en energía durante ese sexenio. Por ley, el presidente ( o sus operadores) decidían qué, cómo y cuándo. Y por ley, también, hoy el presidente ha decidido que ya no; que se acabó. ¿Por qué? Porque puede. Porque, en muchos casos, la ley se lo permite.
El año pasado la casa de naipes comenzó a tambalearse con la suspensión de las licitaciones de contratos petroleros. Luego, para que no quedara duda de que las Comisiones Reguladoras eran también de papel, logró la renuncia de casi todos sus funcionarios, incluyendo sus presidentes. Con solo un soplido metió a sus allegados como Comisionados y hoy de la CRE y de la CNH solo quedan papeles y oficios regados por los pisos. Las reducciones salariales y los recortes sufridos por sus funcionarios fueron el primer golpe para sacarlos; pero, si se resistían, como sucedió con Guillermo García Alcócer, otrora cabeza de la CRE, el presidente llegó a echar mano de la Unidad de Inteligencia Financiera para que el viento se lo llevara, llevando consigo misión de la CRE. Porque quiere y porque puede, el presidente (aunado a su equipo) pueden soplar tan fuerte sobre lo que fue la reforma para que quede hecha letra muerta sobre papel.
La Casa de Naipes estuvo y ha estado en manos del presidente, o mejor dicho, de un presidencialismo que solo el PRI podría idear y solo un expriista, como Andrés Manuel López Obrador, podría perpetuar. El presidente no precisa modificar la constitución ni las leyes para echar abajo semejante casota de naipes. Basta con su solo manotazo.