Por : Sergio Fadl Kuri (@SergioFadl)
Publicado en Animal Político.
Los efectos de la pandemia del COVID-19 han sido devastadores para la economía mundial; la caída de la producción y del empleo, así como el aumento en los niveles de pobreza previstos para 2020 darán lugar a la crisis económica más profunda y extendida de la historia. Al respecto, destacan los siguientes datos: de acuerdo con información del Banco de México, la variación del PIB mundial durante el primer trimestre del año fue -14% (tasa trimestral anualizada), en tanto que la variación de países emergentes fue -18.4%, y se espera que en el segundo trimestre la reducción será aún mayor.1 En cuanto a los niveles de empleo, la OECD estima que al concluir 2020 la tasa de desempleo de los países miembros ascienda a 9.4% y, en caso de que se presente un rebrote de la pandemia, llegue a 12.6%, después de que en 2019 fue 5%. Por su parte, el Banco Mundial proyecta que el número de personas en pobreza extrema en todo el mundo, la cual se estimaba en 595 millones para 2020 aumentará a 684-712 millones; asimismo, presenta datos muy reveladores en cuanto a la extensión o generalización de la caída económica: en 1914 y 1918, años de inicio y fin de la Primera Guerra Mundial, el número de países que cayeron en recesión económica representó 70% del total de países; en 1931, durante la Gran Depresión, ese porcentaje fue 84%; en 2009, 61% y para 2020 se estima que ascenderá a 93%.
En ese contexto, México registró una caída del Indice Global de Actividad Económica (IGAE) de 19.7% en abril de este año (tasa anual) y diversas instituciones estiman que el PIB disminuirá entre 7% y 10.5%. De enero a junio se perdieron 922 mil empleos formales (registrados en el IMSS); en cuanto a la pobreza extrema, la UNAM apunta que el número de personas habrá aumentado en 10 millones al final del año.2
A nivel global, la profundidad y la duración de la crisis estará en función básicamente de la rapidez con que se descubra, se distribuya y se aplique la vacuna; en el caso particular de cada país, dependerá de la solidez de su economía y de las políticas públicas que instrumenten los gobiernos. En ese sentido, las perspectivas de la economía de México son negativas, ya que aún antes del inicio de la pandemia se observaba una debilidad generalizada de la actividad económica con una clara tendencia de deterioro, que dio por resultado una caída del PIB de 0.3% en 2019. Esto se debió a la presencia de diversos factores de índole estructural y a los graves errores en la instrumentación de políticas públicas los cuales continúan siendo rasgos distintivos de la administración actual.
Entre los primeros, el factor más importante es la ausencia de un estado de derecho que configura escenarios de alto riesgo para los inversionistas; un claro ejemplo de ello es la cancelación arbitraria de proyectos de inversión por parte del gobierno actual sin fundamento legal y económico alguno. Por otra parte, la corrupción y las diversas modalidades del crimen organizado infligen altos costos a las empresas, que afectan la competitividad de la economía mexicana. En este aspecto vamos en franco retroceso, tal como lo muestran los distintos indicadores en 2019 y 2020 en materia de seguridad pública, competitividad e inversión.
Sobre esa base económica endeble, cabe preguntarse qué otro componente interno de la demanda agregada (gasto público y consumo) podrá contribuir a la reactivación gradual de la economía nacional a partir de 2021-2022. La política fiscal que se ha instrumentado en medio de la pandemia ha sido pro-cíclica y se sigue insistiendo en buscar el objetivo de mantener el supuesto equilibrio en las finanzas públicas y no aumentar el gasto y la deuda. A diferencia de prácticamente todos los gobiernos, que destinaron grandes cantidades de recursos presupuestales para apoyar a empresas y personas que perdieron su trabajo, en México no se diseñó un programa de apoyo integral; ante la falta de iniciativa y liderazgo gubernamental, representantes del sector privado presentaron una estrategia con propuestas concretas que fueron despreciadas. Por su parte, el consumo privado (particularmente de bienes durables) difícilmente podrá recuperarse por la caída del empleo y la pérdida de ingresos, por lo que se prevé que las exportaciones se convertirán en el motor que apoye la reactivación de la economía en virtud de las políticas públicas contra-cíclicas adoptadas de manera oportuna en economías desarrolladas.
Otros factores determinantes que previsiblemente harán que la economía mexicana se recupere muy lentamente (en forma de “U” alargada) son: la ausencia de una política económica articulada e inteligente con objetivos precisos y metas específicas; el desperdicio de recursos públicos en proyectos y programas de nula rentabilidad económica y social; la destrucción de capital humano en el sector público, y una austeridad inconsecuente, por decir lo menos, que afecta operatividad del sector y capacidad de respuesta.
En ese sentido es imprescindible rectificar la política económica, pero para ello sería necesario y urgente que el presidente de la República tuviera reuniones periódicas con grupos de expertos en los temas de mayor importancia y prioridad (educación, seguridad pública, salud, economía y medio ambiente), independientemente de su ideología y corriente de pensamiento, aprovechar su capacidad intelectual, conocimientos y experiencia, con el propósito de definir a la brevedad las estrategias a seguir. La magnitud del desafío hace imperativo hacer a un lado la soberbia y la cerrazón, y dar cabida al intercambio inteligente de ideas.