Por: Rodrigo de Haro
Publicado en Animal Político.
En los primeros días de enero, mucho antes de que la palabra “coronavirus” formara parte del léxico popular, Ian Bremmer, presidente de la consultoría de riesgo político global Eurasia Group, escribía en Twitter sobre una nueva y misteriosa enfermedad en China: “parece una historia a la que debamos seguirle la pista”.
11 meses y 77 millones de contagiados después, ese tuit suena casi ingenuo cuando lo situamos en el contexto de la tormenta viral que continúa azotando al planeta entero.
En México los números de contagios y muertes llegaron a un punto en el que es difícil dimensionar correctamente el costo humano. Y encima de la crisis sanitaria, la economía abrió un frente adicional en esta batalla: se desplomó el crecimiento del PIB (las estimaciones más recientes lo sitúan en un desastroso -8.9%), los mercados bursátiles y cambiarios entraron en periodos de alta volatilidad, y millones de mexicanos ingresaron a las filas de la pobreza laboral.
Pero entre las múltiples consecuencias que nos ha traído esta tormenta perfecta es importante prestarle atención a la manera en que puso al descubierto ciertas debilidades estructurales históricas del estado mexicano. Es importante analizarlas no solo porque han agravado el impacto de la pandemia, sino también porque ya no podemos darnos el lujo de seguirlas ignorando como sociedad.
Un ejemplo son los niveles bajos de ingresos tributarios que recauda el gobierno. En los últimos años apenas alcanzan el 16% del PIB, ubicando a nuestro país, ya no en los últimos lugares de la OCDE en este rubro, sino entre los peores de América Latina. Como consecuencia, México no ha tenido mucho margen de maniobra ni para estimular la economía ni para apoyar directamente a las familias durante los periodos de cuarentena. De acuerdo a datos el Fondo Monetario Internacional, el tamaño del paquete de estímulo económico en México para 2020 será menor al 1%, muy por debajo de lo que otros países alrededor del mundo están destinando para hacer frente a esta recesión.
La pandemia también exhibió a un sistema de salud débil y con acceso limitado. Se trata de un sistema que no solo deja a millones de ciudadanos en una situación de abandono institucional, sino que agrava las cadenas de transmisión del virus al no ser capaz de administrar ni una red suficientemente amplia de suministro de pruebas (tan solo 26 mil pruebas por millón de habitantes), ni un efectivo rastreo de contactos.
Y desde luego, los altos índices de desigualdad en México han tenido como consecuencia que los impactos más brutales los reciban los más pobres. Como lo advierte las Naciones Unidas en su informe sobre “Desarrollo Humano y Covid-19 en México”, la falta de acceso a médicos y hospitales, combinado con el lastre histórico de la profunda desigualdad, ha tenido durante todo el año implicaciones letales.
Con el peso de estas debilidades estructurales que acarreamos desde muchos años atrás, la carga de hacerle frente a esta crisis histórica ha caído en gran medida sobre los hombros de las mexicanas y los mexicanos de a pie.
Durante el año se escucharon voces influyentes que minimizaron los riesgos del COVID-19 y apelaron a la libertad del individuo para regresar a toda costa a la normalidad, sin considerar los daños colaterales que ello implique. Demasiadas personas se rehúsan a seguir las normas de protección más elementales porque anteponen sus propios intereses a los de la sociedad en su conjunto.
Otras personas, en cambio, han demostrado su solidaridad.
Mujeres y hombres anónimos pusieron su grano de arena para frenar la expansión de la pandemia con su conducta responsable y desinteresada. Tal vez tú o algún familiar tuyo se salvaron del contagio gracias a que alguna persona que nunca conocerás decidió no salir de casa cuando no era estrictamente necesario.
Doctoras, enfermeros y trabajadores del sector salud han luchado sin descanso para salvar vidas en hospitales al límite de su capacidad y a veces en condiciones de desabasto de equipo de protección personal.
A pesar de que más de 1 millón de PYMES han tenido que cerrar sus puertas en lo que va del año, empresarios de todos los sectores han tenido que adaptarse e innovar sobre la marcha para mantener las cadenas de suministro de bienes en operación. Su determinación y resiliencia han preservado millones de fuentes de ingreso familiares.
Y ante lo delicado de la situación, nuestros paisanos en Estados Unidos enviaron montos récord de remesas a sus familiares en México. Esto es particularmente destacable por la complicada coyuntura que ellos mismos están atravesando, con industrias como la construcción y la hospitalidad prácticamente paralizadas.
Si algo nos podemos llevar de este 2020, ciertamente, es ese altruismo colectivo tan loable que surgió en este momento difícil para México. Estos ejemplos de solidaridad animan para afrontar los siguientes capítulos en esta historia que todavía no termina.
Pero, en el largo plazo, México no superará retos como este solamente con buenas intenciones. Es impostergable revertir las debilidades estructurales que nos han dejado más vulnerables como país. Ahora más que nunca, la responsabilidad de evaluar objetivamente cómo vamos nos corresponde a todos los ciudadanos y eso implica informarse y exigir mejores resultados.
El siglo XXI nos seguirá poniendo a prueba con retos mayúsculos como el calentamiento global. Ante la magnitud del desafío que tenemos enfrente, tanto gobierno como sociedad civil juegan un papel clave como parte de la solución. COVID-19 puede ser un punto de inflexión en nuestra trayectoria si somos capaces de aprovechar esta oportunidad. Como diría Winston Churchill, sería una lástima si permitimos que una “buena crisis” como ésta acabe siendo desperdiciada.