Por : Félix Vélez Fernández Varela (@felixvelez)
Publicado en Animal Político.
En su informe trimestral del pasado domingo el presidente citó a Franklin Delano Roosevelt, a quien consideró haber sido el mejor presidente de Estados Unidos. Textualmente:
“El interés propio egoísta suponía una mala moral. Ahora sabemos también una mala economía”.
Interesante la cita porque acababa de afirmar lo siguiente:
“Ya rompimos el molde que se usaba para aplicar las medidas contracíclicas que sólo profundizaban más la desigualdad y propiciaban la corrupción en beneficio de unos cuantos”.
Según Wikipedia, “la política económica contracíclica consiste en el conjunto de acciones gubernamentales dedicadas a impedir, superar o minimizar los efectos del ciclo económico”.
Cuando una economía crece de manera muy acelerada, la política contracíclica contribuye a frenar presiones inflacionarias y evitar una dependencia excesiva del ahorro externo para financiar la inversión en una economía. Para ello se cuenta con instrumentos de política fiscal (elevar impuestos, bajar el gasto público) y de política monetaria (reducir la cantidad de dinero en circulación). La primera es responsabilidad de la Secretaría de Hacienda y la segunda del Banco de México (al ser constitucionalmente autónomo).
Cuando, por el contrario, la economía se estanca (o se contrae) la política contracíclica sirve para enfrentar las tendencias recesivas o incluso depresivas. Las medidas de política fiscal y monetaria recomendables son en dirección opuesta a las anteriormente mencionadas. Mejor aún si, en el ámbito hacendario, se focaliza el gasto en apoyar el empleo y el ingreso, vía transferencias gubernamentales a empresas y hogares (no a unos cuantos).
En México en 1932, el entonces Secretario de Hacienda Alberto Pani, decidió que el Banco de México emitiera billetes para inyectar liquidez a la economía, que se encontraba devastada por la Gran Depresión. Fue de los primeros ejemplos de una política monetaria contracíclica en el mundo (si no es que el primero) y contribuyó a que, en la segunda mitad de dicho año, México iniciara su recuperación (antes que los demás países del hemisferio occidental). Por cierto, a Pani se le consideraba heterodoxo, alejado de la ortodoxia económica de su tiempo. En el presente, nadie lo hubiera tildado de neoliberal.
Al año siguiente Roosevelt llega la presidencia en Estados Unidos e incrementa el gasto público en obras públicas, financiado con deuda gubernamental, para generar empleos y apoyar el ingreso de las familias. Como sabemos, dicho programa se llamó “New Deal” e implicaba renunciar a un equilibrio en las finanzas públicas (ingreso del gobierno, igual a su gasto) que en el corto plazo sólo agravaría la depresión.
En coincidencia con la adopción de medidas contrarias al ciclo de la economía, John Maynard Keynes, uno de los mejores economistas de la historia, escribió la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero (1936). Keynes por cierto es bastante criticado por los economistas ortodoxos, que tienen una fe ciega en mantener el equilibrio fiscal y monetario en todo momento, independientemente de lo que a corto plazo le suceda a la economía.
Por eso llama la atención que el presidente (una vez más) se haya expresado con desprecio de las políticas contracíclicas. No transferir recursos a empresas, flexibilizando sus obligaciones fiscales o apoyando con financiamiento oportuno el capital de trabajo, es regresivo y contrario al interés del pueblo. Es desampararlo en el peor momento. El presidente regresa a una concepción de la macroeconomía que desde hace 90 años ha sido seriamente cuestionada, por mentes brillantes, críticas y progresistas. Entre ellos el mismísimo Franklin Delano Roosevelt, a quien elogió en su discurso del domingo.