Publicado en Animal Político.
El neoliberalismo se ha convertido en un fetiche, el presidente le atribuye prácticamente todos los problemas. Según él, inició en 1982 y concluyó en diciembre de 2018. Sus resultados fueron variados, difícilmente se puede canonizar o condenar a dicho período, de buenas a primeras. Su adopción no fue por exotismo, excentricidad o fundamentalismo. Cuando se abandonó el modelo previo, era clara su inviabilidad, pero bastante menos el camino a seguir.
Inviable porque no generaba las divisas necesarias para financiar la inversión y el desequilibrio era cada vez mayor. Llegó un momento en que se agotaron las reservas internacionales del Banco de México lo que hizo imposible pagar la deuda externa (junio de 1982). Se perdió una década para el desarrollo (los ochenta), caracterizada por estancamiento, inestabilidad macroeconómica y desplome del ingreso.
El problema se gestó después de la Segunda Guerra Mundial, al reducirse el crecimiento económico en Estados Unidos, que propició una contracción de las exportaciones. El gobierno respondió elevando aranceles (1947) y devaluando la moneda (1948). La economía se empezó a cerrar por un problema de desequilibrio externo.
Los incrementos tarifarios, eventualmente se complementaron con restricciones cuantitativas a las importaciones. Los empresarios de los sectores protegidos se acostumbraron a operar en mercados que se tornaron oligopólicos. Las rentas se repartían entre patrones, líderes sindicales, trabajadores y funcionarios públicos. La protección fue aumentando gradualmente, y se habló de un modelo de industrialización vía sustitución de importaciones de bienes manufacturados.
La lógica del modelo era ahorrar divisas, importando menos, pero al mismo tiempo se castigaban las exportaciones. Para exportar se requiere importar materias primas y bienes de capital. El problema se exacerbó cuando concluyó la sustitución de bienes de consumo, para dar paso a la “profundización,” consistente en la sustitución de bienes intermedios. Esa etapa es más complicada pues los requerimientos de insumos importados, para producir dichos bienes, son mucho más considerables, justo cuando se había reducido la capacidad de generar divisas.
Parte de éstas provenía de inversión extranjera directa, aunque desde finales de los cincuenta fue necesario contratar deuda. En los sesenta el asunto se tornó más complicado pues se limitó también la inversión extranjera (y aún más en los setenta). Se consideraba preferible el endeudamiento a la entrada de capitales orientados a la inversión. Desde fines de los sesenta crecía rápidamente la deuda externa, y se vuelve impagable a principios de los ochenta.
Por dos razones no se ajustó el modelo: una de economía política, y la otra, un evento externo que terminó siendo fatal. Primeramente, el miedo a abrir la economía por el impacto político adverso que se hubiera dado al cerrar empresas no competitivas, con la consecuente pérdida de empleo. Lamentablemente, preservar empresas y sectores inviables, implicó “echarle dinero bueno al malo”.
Segundo, el descubrimiento de hidrocarburos en el Sureste de México, que llevó a una rápida expansión de las exportaciones petroleras. Lamentablemente, el precio internacional del crudo se redujo en junio de 1981 y la baja no fue anticipada, por lo que fue muy costosa. El gobierno gastaba presuponiendo una riqueza que terminó siendo una quimera.
La política económica anterior a 1982 no era sostenible. Urgía abrir la economía y ajustar el gasto al verdadero nivel de riqueza del país. No fue de gratis que se tuvieran que hacer ajustes tan dolorosos. Hubo errores, pero lo que había antes del neoliberalismo estaba en la más absoluta bancarrota.